Por Cristo Del Cementerio
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31 de mayo de 2025
Don Jaime Cardona Tur (1842–1923) Sacerdote, senador, cofrade. Hombre de Dios y de su tierra. Este 2025, en el que celebramos el 135 aniversario de la fundación de la Cofradía del Santísimo Cristo del Cementerio, la cofradía quiere rendir un homenaje sincero, sentido, lleno de gratitud y memoria, a quien fue mucho más que su fundador. Don Jaime Cardona Tur fue el alma que la hizo nacer, el corazón que la acompañó en sus primeros pasos, y el espíritu que todavía hoy la acompaña, en silencio, desde lo alto. Recordarlo es honrar nuestras raíces y renovar el compromiso con lo que somos. Una vida de raíces hondas Don Jaime nació en Ibiza en 1842 en el seno de una familia profundamente católica, donde se respiraban el respeto a la tradición, el amor por el estudio y una fe sincera. Creció en una isla que, por entonces, aún vivía al ritmo de las estaciones, del mar y de la fe. Era un tiempo marcado por la austeridad, pero también por el sentido profundo de comunidad. Desde muy joven destacó por su inteligencia y su natural inclinación al servicio. Se formó como abogado y trabajó al servicio de su gente, pero su vocación fue siempre más honda. Era un hombre de iglesia, con alma sacerdotal, y esa inquietud lo llevó a ser ordenado sacerdote en una etapa madura de su vida, sin abandonar nunca su entrega al público. Ibiza en 1890: entre duelo y esperanza Cuando en 1890 se fundó la cofradía, Ibiza atravesaba momentos difíciles. Veníamos de años marcados por epidemias, pobreza, falta de servicios sanitarios… Morir joven era habitual, y el dolor era compartido. En ese contexto, un grupo de ibicencos movidos por la fe decidió fundar una cofradía que acompañara, consolara, rezara. Y al frente de ellos estaba Don Jaime. El Convent, nuestra Sede, fue su refugio. Allí se organizaron los primeros cultos, se acompañaron las primeras procesiones y se cuidó al Cristo con el cariño de quien no olvida que detrás de cada cruz hay una vida rota. Nombramiento real: Obispo de Su Majestad En 1913, el rey Alfonso XIII, con quien Don Jaime mantenía una relación cercana desde sus años de infancia, lo distinguió oficialmente con el título de “Obispo de Su Majestad”, una dignidad honorífica que solo recibían eclesiásticos de máxima confianza por su lealtad, discreción y sabiduría. Más adelante, sería también nombrado Obispo de Sión y Patriarca de las Indias, títulos que reflejan su prestigio y cercanía a la Corte. No era extraño verlo predicar en celebraciones litúrgicas en la Capilla Real de Palacio. Una de esas veces, y con la Reina Madre María Cristina de Habsburgo-Lorena entre los presentes, pronunció un sermón sobre el sufrimiento redentor del Cristo doliente con tanta hondura que, al terminar, uno de los ministros allí presentes, según se recogió en una carta privada, posiblemente Francisco Silvela, dijo en voz baja: “No es un político que predica. Es un sacerdote que sabe lo que dice.” La prensa de entonces también lo reflejó con palabras que aún conmueven. La Correspondencia de España (enero de 1923), escribió tras su muerte: “sus palabras, pronunciadas sin estridencia, pero con hondura, conmovían al oyente más endurecido; hablaba con el alma, y quien lo escuchaba, rezaba con el corazón” Una vida pública al servicio del bien común D. Jaime Cardona Tur también dejó una profunda huella en la vida institucional. Fue alcalde de Ibiza, y desde 1899 hasta su muerte en 1923, ocupó un escaño como senador del Reino, representando a las Islas Baleares. Fue un defensor tenaz del derecho foral balear, de la autonomía municipal y de los principios cristianos en la vida pública. Su forma de ejercer el poder era sencilla, justa. Desde el Senado, supo defender la identidad de su tierra, siempre con un tono mesurado, amable, pero firme. Se ganó el respeto incluso de quienes no compartían sus ideas. No buscaba titulares. Buscaba servir. Los que lo conocieron lo recuerdan como un hombre templado, al que se podía acudir en busca de consejo, tanto en el Ayuntamiento como en el altar. La cofradía: su obra más querida De entre todos sus logros, hay uno que lo acompañó hasta el final y que brotó de lo más hondo de su fe: la fundación de la Cofradía del Santísimo Cristo del Cementerio, un 1 de junio de 1890. En tiempos de dolor, enfermedades y duelos, supo ver que el pueblo necesitaba no solo consuelo espiritual, sino una comunidad de fe, oración y caridad. Fue él quien impulsó la iniciativa, redactó personalmente las primeras normas, convocó a los primeros cofrades y dio forma a la estructura litúrgica y organizativa que hoy perdura. Para Don Jaime, la cofradía no era solo una hermandad devocional: era una familia cristiana que debía acompañarse en la fe, en el sufrimiento y en la esperanza. La consideraba su “familia del alma”. El testamento y el regalo de un tesoro sagrado El 2 de enero de 1923, Don Jaime falleció en Madrid a los 81 años. El Senado lo despidió con honores. Se organizó una comisión oficial para acompañar su cuerpo, un gesto reservado solo a los grandes hombres de Estado. La prensa nacional subrayó su figura como un hombre de “fe, de palabra, de Estado”. Pero lo más profundo no se dijo en los discursos, sino que quedó escrito en su testamento. En él, dejó a su cofradía, a “su Cristo”, al Cristo del Cementerio la Cruz de San Hermenegildo, una joya sagrada de orfebrería que le fue entregada por el propio rey Alfonso XIII. Hecha de metales nobles y piedras preciosas, representa tanto su vínculo con la Corte como su alma religiosa. Esta cruz, que la cofradía custodia desde entonces, no es una simple pieza artística. Es su legado vivo. La cofradía conserva una copia legal del testamento con poder notarial, que da fe de este regalo que va más allá del valor material. Cada año, durante el novenario, la cruz se expone con cuidado y emoción, porque en ella está su alma. Un legado que nos llama Hoy, 135 años después, la cofradía que él fundó sigue viva. Camina con dificultades, pero también con esperanza. Y en ese camino, la figura de Don Jaime Cardona Tur no se reduce a un retrato colgado o a un nombre en los libros. Camina gracias a la fe de generaciones, y lleva en su interior la huella de un hombre que supo mirar al cielo sin dejar de pisar la tierra. Don Jaime no buscó aplausos ni honores. Solo quiso hacer el bien. En la historia recogida por la cofradía se recuerda que: “Fue en 1890 cuando un grupo de ibicencos, con profunda devoción al Santísimo Cristo, fundó la cofradía para ofrecer compañía, consuelo y oración ante el sufrimiento.” Y en aquella hoja sencilla que tantas veces se repartió durante el novenario, aún resuena una frase que lo resume todo: “Aquí, ante el Cristo, se aprende a sufrir, a amar y a esperar.” Fue sacerdote, senador, predicador, consejero de reyes, cofrade y siervo humilde. Supo unir fe y acción, altar y despacho, oración y responsabilidad. Que este homenaje, lleno de gratitud, sirva para recordar a quienes vendrán que una sola vida, cuando se entrega entera, puede transformar generaciones. Hoy, más que nunca, la Cofradía del Cristo del Cementerio dice: gracias, Don Jaime, por habernos enseñado a creer con el corazón y a servir con el alma. Que su memoria no se apague. Que su ejemplo nunca se pierda. Fdo: M Nieves Jiménez Bonet Presidenta Cofradía Ssmo. Cristo del Cementerio